No es fácil escribir acerca de un lugar en el que se estuvo hace más de un año, pero si no escribo acerca de Uyuni y su Salar simplemente sería un envidioso y de los grandes, todos deberían saber de este lugar y llegar hasta allí para tener su propia sobredosis de naturaleza. Con el perdón de los muy religiosos, es como la tierra prometida de los viajeros.

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Y es que no es difícil obsesionarse con el Salar de Uyuni; después de verlo en fotos y documentales, la cabeza dice que no es cierto que exista un lugar así, y es por eso que esa profundidad blanca que había visto a través de otros ojos, era la meta más grande de mi viaje en solitario por Suramérica.

Luego de descender por la ruta de la muerte, tomamos camino hacia Uyuni, el pueblo vecino al Salar que lleva su nombre.

Viajando hasta Oruro
Hay varias formas de llegar hasta Uyuni, junto a mis compañeras ecuatorianas de aventura, elegimos la mejor de todas, el tren.

Los viajes en este medio de transporte salen solo en ciertos días, por lo que hay que programarse para comprar los tiquetes en la Empresa Ferroviaria Andina en La Paz y salir con suficiente anticipación a Oruro, la ciudad boliviana famosa por sus carnavales.

Trenes de Bolivia

Nuestro tren de camino a UYuni

El trayecto de La Paz hasta Oruro podría fácilmente demorarse unas tres horas, pero lo informal del transporte y las condiciones de las carreteras, hacen que se pueda demorar un par de horas más, es por esto que si no quiere estresarse como nos paso a nosotros, tómelo con suficiente anticipación y ‘disfrute’ de un viaje extrasensorial…

Ya en Oruro y por fin en la estación de trenes -un lugar de esos anclados en el tiempo pero con el futuro siempre marcado en la mirada de los viajeros- abordamos el vagón que nos llevaría hasta esa profundidad blanca.

Un trayecto entre nubes y aridez
Tengo que decir que jamás había hecho un viaje en tren, en Colombia hace mucho que se abandonó la costumbre y el Estado hace rato que abandonó las vías, por eso, esta nueva experiencia era todo un disfrute.

Si se imagina un tren de esos que van a cientos de kilómetros por hora, pues este no lo era, a lo mucho, calculaba que iría a 40 o 50 kilómetros por mucho, eso montado en un tren da la sensación de ser muy lento.

En el tren

Uno de los paisajes que aparecen durante el camino

Pero con unos pocos minutos de trayecto, una inmensa gama de paisajes se empezaron a suceder uno a otro. Mientras que a un lado del tren la aridez lo abarcaba todo, por el otro, montañas nevadas y un verde profundo contrastaban el paisaje.

En este viaje tal vez se resume lo que es Suramérica, «un pueblo sin piernas pero que camina» como diría Calle 13.

Y es que a la exuberante belleza del paisaje se suman poblaciones y pobladores rodeados de esa inmensa pobreza  a la que los gobernantes le voltean tanto la cara.

Parque de Flamencos

Parque de los Flamencos

A lo que nunca pude voltearle la cara fue a un inmenso lago lleno de flamencos, el poder presenciar el baile de estas aves así como sus juegos de vuelo, deberían hacer que el tren vaya a 10 kilómetros por hora.  

Mirando este lago y los sucesivos nevados que siguieron en el paisaje llegó el atardecer y ahí ya no supe a dónde mirar, por un lado la magia del sol encendiendo en el desierto y por el otro, una luna gigante que emergía de los nevados.

Un recorrido que en  manos de escritores como Juan Gabriel Vásquez o Evelio Rosero alcanzaría unos 10 Nobel de literatura.Una promesa de realizar de nuevo este trayecto algún día.

Uno de los paisajes que ofrece el tren

Una de las gamas de paisaje

Uyuni
Con la llegada de la noche y luego de más o menos 8 horas, llegamos a Uyuni, uno de esos pueblos resguardados del paso del tiempo con lo estrictamente necesario y hecho en función de los mochileros que llegan buscando su tierra prometida.

Ese sueño de miles de viajeros alrededor del mundo mueve la economía del lugar; hospedajes, restaurantes y agencias de turismo pululan por las calles, todos con la misma oferta para dormir, comer y visitar el Salar.

Y visitar el salar era lo que queríamos, por eso tomamos el plan de un día con una de las agencias del lugar, por algo más de 50 dólares, «incluye almuerzo amiguitos». Aquí todo cuesta lo mismo, un par de dólares más o menos, no hace la diferencia.

«El Salar te puede coser el cerebro»
Luego de completar el grupo de 8 personas necesario para arrancar, empezamos nuestro recorrido en una Toyota equipada para afrontar el duro camino que había dejado por esos días el invierno del altiplano.

Tengo que decir que el grupo era de lo más colorido y variado, empezando por nuestro guía, un amable y dicharachero boliviano; pasando por una pareja de koreanos con los que luego iría hasta Argentina; siguiendo por otra pareja, está de un peruano y una koreana, así de ciego es el amor; y terminando con nosotros, tres ecuatorianas y un colombiano que se hicieron amigos por allá en Machu Pucchu. Una mini Torre de Babel.

El primer atractivo del recorrido es un ¡Cementerio de Trenes! vaya nombre para un par de vagones comidos por el óxido.

Cementerio de trenes...

Cementerio de trenes…

Luego de las fotos de rigor y de la lluvia que llegó, salimos corriendo en la búsqueda del blanco ese que íbamos buscando.

Aunque el clima nos estaba jugando una mala pasada, fue entrar al territorio del Salar para que las nubes se disiparán y todo mudara de color, así como esa vez en el Titicaca, en el que el sol le da otro color a la naturaleza.

El salar

El salar

Con los ojos queriéndose salir y las palabras atragantadas en la garganta por fin habíamos llegamos, por fin lo teníamos en frente, por fin…

Luego de las primeras fotos y de las explicaciones de nuestro guía, nos adentramos más y más en el Salar hasta llegar a uno de los hoteles más famosos del mundo, el único hecho a base de sal. 

Allí decidí alejarme del grupo que miraba y le tomaba fotos al hotel y caminar un rato, caminata que me llevaría a lo más profundo de mi cabeza.

Tal vez extasiado por el paisaje, tal vez porque sentí una paz que no había sentido, tal vez por la curiosidad de saber a dónde acababa ese blanco seguí caminando y así hubiese podido seguir sí el rugido de un motor no me saca de ese sueño que estaba teniendo mientras caminaba.

Caminar el salar

No sé cuánto caminé pero el caso es que nuestro guía, experto escuchando historias de gente que se pierde alucinada por el Salar, decidió darme alcance.

– «¿Amiguito estás bien?»
– Sí señor ¿por?
«Acá hay mucha gente que arranca a caminar como tú y se le cuece el cerebro, el Salar los puede enloquecer».
– …

Luego de esta advertencia decidí quedarme junto al grupo, aunque pensándolo ahora, no debe ser tan malo perderse en ese lugar, perdón lo hippie, pero en el Salar se alcanza un Estado tal de comunión con la naturaleza difícil de quitarse de encima.

Lo que sigue son fotos y más fotos, y es que es difícil no obturar , además estas camaritas de ahora tienen un buen rollo.

Parche viajero

Parche viajero

De ese momento me llevo está postal del grupo, uno de los momentos en que he sido más feliz en la vida.

Otra promesa de volver, esta vez, para quedarme más días al interior del Salar.

Una despedida
Al volver a Ujuny y ya acabada la tarde, tuve que despedirme de mis compañeras de viaje, esas con las que compartí casi la mitad de mi ruta por Suramérica.

Con ellas también una promesa, de volvernos a encontrar y aunque ha pasado más de un año sin que lo hayamos hecho sé que un día lo haremos, aún tengo la manilla…

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Las parceras

Ahora emprendía mi tétrico viaje desde Uyuní hasta Villazón, frontera con Argentina, tema del siguiente post.

Para tener en cuenta
– En Ujuny es fácil encontrar hospedaje, sólo hay que poner en la balanza un par de opciones, no hay mucha variedad.
– Nunca se enfermen en este lugar, una visita al hospital es digna de una historia de Stephen King, también historia de otro post.
– Aunque la llama es sagrada, en este lugar la preparan de forma exquisita.
– El salar de Ujuny tiene dos épocas en el año, una totalmente mojada como me tocó a mí en los primeros meses del año y una seca a mitad de año, vale la pena conocer las dos caras.

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Descender por la ruta de la muerte

Una vez que lo vi en Discovery me dejó impresionado, no podía creer que hubiese gente con tantas huevas ganas de arriesgar su vida en un estrecho y peligroso camino de gravilla. Es más, desde esa vez empecé a buscar más información a ver si algún día tenía tanta huevas  osadía de hacerlo, con tan mala suerte de hallar un vídeo en el que uno de estos arriesgados se iba por un precipicio así sin más, así que creí que jamás me animaría a hacerlo.

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Todo lo anterior se me olvidó un día mientras caminaba por La Paz y me encontraba con un letrero en inglés que decía “Death Road”. Luego de ver un par de fotos y videos con los que estas empresas de aventura lo convencen a uno, la imagen aquella del accidente en el precipicio desapareció y me dije que tendría las huevas agallas para hacerlo (prometo no pronunciar más la palabrita). 

De inmediato empezamos a indagar en todas las agencias de la Calle Illampu – en La Paz – sobre la opción que se ajustará a nuestro ya mermado presupuesto.

Luego de mucho insistirle a mis compañeras de viaje y de mucho pedir descuento o regatear como decimos en Colombia, pagamos los 300 bolivianos o 40yalgo de dólares que costaba hacer “La ruta de la muerte”, la cual nos advertía acerca del cuidado que debíamos tener a través de una carta de exoneración de responsabilidades en caso de una muerte horrible accidente, eso sin contar con la maldita pregunta que traía el documento. ¿En caso de matarse emergencia con quién podemos contactarnos? El nombre de mi mamá quedó en esa hoja…

De camino hasta la cumbre

La Cumbre a 1 hora de La Paz

La Cumbre a 1 hora de La Paz

Antes de seguir con el relato, contextualizo un poco el asunto; la ruta de la muerte es un descenso frenético de casi cinco horas en bicicleta por un antiguo camino que conecta a La Paz con la región selvática de Los Yungas, una de las vías más peligrosas y accidentadas del mundo donde pasaban cosas como las del video que les dejo acá abajo, y digo pasaban porque ya hay una carretera mucho más moderna con la que los accidentes de autos disminuyeron, apropósito de este camino también les comparto un artículo que me encontré y que les puede dar más luces sobre lo que es el camino.

Continuando con el relato, no sin antes ofrecerles disculpas por el videíto del accidente, muy temprano a eso de las 7 de la mañana nos encontramos en Madness Adventure, agencia que nos hizo la rebajita para poder descender por la ruta de la muerte, apropósito muy recomendada.

Luego de las indicaciones, entrega del equipo y llenarnos de confianza arrancamos en un mini bus entechado de bicicletas.

Al fondo el bus lleno de bicis

Al fondo el bus lleno de bicis

Luego de atravesarnos toda La Paz con una vuelta incluida al Hernando Siles, ese mítico estadio al que todas las selecciones de Suramérica le tienen terror, por fin salíamos de la ciudad en busca de La Cumbre, una de las montañas tutelares de la capital boliviana a más de 4.700 metros de altura y lugar, donde comenzaríamos nuestro descenso en bici.

Se congelan las manos

Con las últimas indicaciones de seguridad, un viento gélido y una última foto de grupo arrancaban las 5 horas que más me han llenado de vida. Sin caer en romanticismos y lugares comunes no podría encontrar otra forma de expresar lo que sentí al tomar la bicicleta y empezar el descenso.

La última foto antes de empezar

La última foto antes de empezar

No importaba lo frío del viento que de vez en cuando traía algo de nieve a la cara y a las manos que ya se congelaban, nada de esto importaba, lo único que quería era alcanzar más velocidad y en lo posible, evitar tocar los frenos.

Y es que los primeros 15 kilómetros son los más frenéticos del recorrido; la velocidad promedio puede estar entre los 60 y 80 kilómetros por hora dependiendo del paso que uno elija llevar, eso sin contar con la concentración que hay que mantener para evitar los carros y camiones con los que uno se encuentra de frente y que propiamente no se caracterizan por la prudencia de sus conductores, si en Colombia creíamos tener a los más animales atravesados al volante, hay que ir a Bolivia y vivir su ‘cultura’ por el peatón o el ciclista. 

Precisamente por culpa de lo anterior nos llevamos un buen susto cuando una de nuestras compañeras cayó por evitar que uno de estos ‘Schumacher’ al volante se le fuera encima, afortunadamente fue solo un susto y pudimos terminar esta primera parte llenos de adrenalina y motivados para lo que se venía.

La vista de esa primera parte del camino

La vista de esa primera parte del camino

La verdadera ruta de la muerte

La Verdadera ruta de la muerte

No voy a negar que toda la seguridad que traía de esos primeros kilómetros se me fue al sentir que por nada del mundo lograba hacer que mi rueda trasera dejara de patinar, además que la imagen aquella del ciclista que alguna vez vi caer volvió aparecer y en esos primeros pedalazos fui algo así como el hazme reír del grupo…

Luego de llegar siempre de último a los puntos de encuentro, eso sin contar con las largas paradas que hice para leer cada una de las placas de las personas que han perdido la vida en el camino, por fin le cogí el maní al asunto y supe cómo lograr una buena velocidad sin necesidad de tocar los frenos y ahí me volví a sentir el Armstrong del downhill…no mentiras ese ya no.

Una de las tantas cruces que se pueden encontrar en el camino

Una de las tantas cruces que se pueden encontrar en el camino

Mientras pude aprender a controlar la bici y mi mente, la sensación de libertad que va apareciendo en este camino de los Yungas es única, cada curva del camino trae una nueva sobredosis de verde que se le mete a uno por los ojos y lo invade todo.

Los caídos en combate

Afortunadamente no hubo ninguno y aunque tuvimos un par de sustos con otra de las compañeras del grupo todos llegamos enteritos al final del camino para celebrar con una cerveza.

La celebración

La celebración

Sé que no soy el más extremo ni el más deportista, es más soy un ocioso de tiempo completo, por eso en este día sentí que había ganado el Tour de Francia y sin dopaje, la sonrisa se iba a demorar en irse del rostro.

Así gané mi propio Tour

Así gané mi propio Tour

Aunque me gustaría encontrar otras palabras para describir lo que fue el resto del descenso, lo mejor que puedo hacer es dejarlo con la espinita del antojo para que algún día vaya hasta La Paz y combata sus demonios a través de la bicicleta en un recorrido natural que lo llevara de -1° a 20° en un solo día.

Dentro de todos mis pasos por Suramérica, puedo decir que esto es una de las mejores cosas que pude hacer, solo superada por el próximo destino que vienen en el blog, el Salar de Ujuny.

Viajar solo por Suramérica
Un camino a Machu Picchu
Hilario Mendivil, el artista de los cuellos largos
Cusco, la capital histórica de Suramérica
Susto y extorsión en la frontera
El Titicaca en dos Colores]
El Salar de Uyuni, la tierra prometida del viajero

Imagen  —  Publicado: 13 agosto, 2013 en Crónicas De’Mochila
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Cuando se visualiza y se idealiza este lugar dentro de la ruta de viaje, lo único que se viene a la cabeza son las imágenes de ese azul profundo y cristalino de las postales o los especiales de NatGeo, azul que depende directamente del sol que se aparezca a más de 4.000 metros de altura sobre el nivel del mar, por eso al llegar hasta la laguna sagrada de los Incas se necesita principalmente de una cosa: suerte con el clima.

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Al parecer yo venía con una suerte terrible, aparte del susto y extorsión en la frontera, un lluvioso cielo gris ocupaba todo el paisaje, y de ese azul profundo y cristalino, muy poco, escasamente una tonalidad verde y un poco oscura.

Con este paisaje llegamos a Copacabana, una pintoresca e histórica población boliviana a 30 minutos de la frontera con el Perú y a poco más de 3 horas de La Paz.

Luego de hacer lo que siempre se hace al llegar a un nuevo lugar, averiguar por hospedaje, comida, transporte y cambiar algo de dinero, decidimos por fin ir a conocer el Titicaca, esa segunda meta del viaje que ahora se hacía realidad.

Con todo y la pereza que da caminar bajo la lluvia empezamos a recorrer esta ciudad repleta de ‘pipokas’ o palomitas de maíz gigantes en cada esquina, las cuales a decir verdad, ni dulces ni saladas ni ricas ni feas, pero están por todo lado y en arrumes gigantescos.

Las pipokas se encuentran en cualquier esquina

Las pipokas se encuentran por doquier y en cualquier esquina

Un colombiano en el The Strongest

Mientras caminábamos las tres calles que nos faltaban para encontrarnos con el Titicaca, pasaron dos cosas que le dieron un colorido nuevo al paseo; la primera de ellas es que el cielo se nos despejó así sin más y el sol que tanto queríamos por fin nos sonreía.

Lo otro que vino con el sol fue el jolgorio y griterío de las personas que no dejaban de pronunciar “allí está Pablo Escobar”. Por supuesto no podía dejar de reírme y preguntarme quién era el homónimo de nuestro narco más famoso con el que niños y grandes querían una foto.

Se trataba del capitán del The Strongest, figura y símbolo del tricampeón del fútbol boliviano que traía tras de sí a una horda de hinchas y jugadores aurinegros que ese día se habían reunido ante el altar de Nuestra señora de Copacabana para darle gracias y pedirle un nuevo título.

Como buen futbolero que soy me uní a los hinchas que pedían una foto, eso sí, sin saber quiénes eran estos troncos ídolos de la multitud boliviana, ni siquiera el tan afamado Pablo Escobar.

Ese día hasta la Iglesia de Copacabana se vistió de aurinegro

Hasta la Iglesia de Copacabana se vistió de aurinegro. En la segunda Imagen con Harold Reina y en la tercera, no tengo ni idea.

Mientras le pedía la foto a un primer grupo de jugadores, apareció Harold Reina, un colombiano que milita en las filas del Tricampeón y con quien sostuve una amena charla acerca de la vida en Bolivia, de mi recorrido por Suramérica y como si fuéramos amigos de toda la vida, nos despedimos con un gran abrazo al final, tal vez la “alegría” de ver a otro colombiano…

En compañía de estos jugadores por fin llegábamos a los pies del Titicaca, y el azul que tanto me había imaginado aparecía en perfecta armonía con ese otro azul majestuoso de este cielo andino. 

Lago Titicaca

Como lo habíamos vuelto costumbre, esa noche celebramos el estar en un nuevo lugar, esta vez con unas cervezas, una buena comida y al final con un Ron Abuelo, muy barato en este punto del mundo. Aunque nos hubiese gustado celebrar hasta ‘las 15’, al otro día conoceríamos la Isla del Sol y debíamos madrugar.

Todos los climas en un día

Con una mañana gris emprendimos nuestro viaje hasta la Isla del Sol, uno de los lugares más sagrados para las distintas culturas que han habitado el Lago a través de los tiempos, en especial para el Imperio Inca, que convirtió este sitio en un importante centro de ceremonias y sacrificios, todo en homenaje a su principal Dios, el cual lleva el mismo nombre de la Isla.        

Luego de dos horas navegando entre las aguas del Titicaca por fin llegábamos a este lugar que nos recibía con un clima inclemente, un fuerte y gélido viento, acompañado por unas incipientes gotas de lo que sería un gran aguacero en el que nos llovieron hasta piedras.

A pesar de la lavada, el paisaje es más que increíble, desde acá se puede apreciar la magnitud de este Lago, en el que no alcanza la vista para saber dónde acaba, aunque con lo cegatón que soy rápidamente se me pierde el horizonte.

Isla del Sol

A pesar de la lluvia el paisaje es increíble

En la Isla del Sol hay diversas actividades para hacer, la principal es visitar las ruinas de ese pasado incaico, en el que la Roca Sagrada del Puma, el Templo del Inca y el Laberinto Chincana permiten visualizar la magnitud de lo que era este lugar. Todo este recorrido, está dirigido por uno de los guías del lugar al que uno le paga lo que a uno le nazca o como decimos por acá lo que el “corazoncito disponga”.

Luego de dos horas de caminata regresamos a la Comunidad Challampampa, lugar desde donde salía nuestro bote hasta Copacabana y en el que pudimos calentarnos con un matecito de Coca.

Así como en el día anterior el cielo se abría de repente y un fuerte sol nos acompañaba de regreso, del fuerte aguacero ya no quedaban vestigios y por supuesto el tono del Lago cambiaba, del verde al azul en unos pocos minutos.

Las Islas Flotantes

Las Islas Flotantes

Antes de volver a Copacabana visitamos una de las Islas Flotantes que tiene el Lago, en el que uno puede visitar a algunas de las familias que viven en estas viviendas que se mueven dependiendo del ir y venir del Lago. Allí también pudimos almorzar y deleitarnos con una deliciosa Trucha.

Con la panza llena y el corazón contento emprendimos la vuelta a Copacabana para conocer la Catedral, la Capilla de las velas y tomar nuestro bus camino a La Paz.

Parte de la vida en Copacaba

Parte de la vida en Copacaba

Por si se anima

–          A Copacabana se puede llegar desde Puno, cuesta alrededor de 30 soles; o desde La Paz, cuesta alrededor de 35 bolivianos.
–          El viaje hasta la Isla del Sol cuesta alrededor de 30 bolivianos
–          Un Hostel en Copacabana se puede conseguir desde 40 bolivianos, eso sí asegúrese que tenga baño.
–          Al cierre de este post por un dólar daban 6,8 bolivianos, así que el dinero rinde un montón.
–          Tenga cuidado con el agua y la comida, no sea que una salmonella se le tire el paseo.
–          A 4.000 metros de altura sobre el nivel del mar la coca es un buen aliado.

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Imagen  —  Publicado: 10 julio, 2013 en Crónicas De’Mochila
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Dentro de las pocas cosas malas que uno puede encontrarse al viajar solo, es que en los pasos fronterizos la policía puede aprovecharse muy fácilmente para dañar el paseo o como decimos acá en Colombia, ‘la pueden montar muy feo’. Claro está, no siempre es así y es muy raro que un gendarme de frontera lo meta a uno a un cuarto para interrogarlo, amenazarlo y posteriormente extorsionarlo.

Esto puede ocurrir solo si usted cumple con dos características especiales en el paso fronterizo entre Perú y Bolivia: es colombiano y no lleva el pasado judicial, documento que según el Policía de frontera tenía que traer conmigo, claro está no a todos los colombianos le piden esto. Obviamente después indagué y esto solo es necesario al ingresar a Ecuador, o bueno lo era, desde que Correa y Santos son amiwis ya no se necesita.

Este pequeño arco divide la frontera Perú-Bolivia

Este pequeño arco divide la frontera Perú-Bolivia

Creo que la policía peruana ha de haber leído mucho a Rubem Fonseca o a Roberto Bolaños, el escenario y la atmósfera eran iguales a las narradas en las torturas de sus novelas policíacas.

No, la verdad no creo que la policía peruana de frontera haya leído algo alguna vez en su vida, salvo el listado de documentos que los ciudadanos de algunos países no pueden dejar de llevar.

Luego de constatar que no tenía el dichoso documento – además de otro que solo le piden a uno en Colombia para ingresar a un trabajo, el Certificado de Antecedentes Disciplinarios (?) – el policía de frontera me introdujo en una habitación un poco sórdida, en la que una mesa vieja y roída era el principial ajuar, además de una silla, una estera y uno de esos televisores viejos cuya única señal es ese típico e interminable SHHHHHHHHHHHHHHHHH, el cual, con el paso de los minutos se hizo más fuerte e inaguantable.

Este es uno de los letreros que da la bienvenida y despedida a territorio peruano

Este es uno de los letreros que da la bienvenida y despedida a territorio peruano

¿De dónde vine? ¿Qué va hacer en Bolivia? ¿Por qué eligió viajar por tierra y no por avión? ¿Cuántas veces ha estado en el Perú? Es que mucho colombiano pasa por aquí para hacer males a Bolivia ¡¡¡PERO RESPONDA PUES!!!

A todo esto intentaba contestar lo más pronto que podía, siempre pensando en no decir algo que incomodara al hijo de puta policía que no dejaba de caminar en círculos y vociferando alrededor mío, además no podía dejar de escuchar el ruido del televisor. La situación que ya de por sí era tensionante se puso peor cuando vi que se quitaba el arma y la ponía en la mesa.

–          “¿Y a todas estas usted qué hace joven?”

Afortunadamente me quedaban algunas palabras para balbucear y pude responder “Soy periodista”, palabras mágicas que hicieron volver el arma al cinto y convirtieron el interrogatorio y la intimidación en un amistoso diálogo.

“Tú quédate tranquilo, es que este es mi trabajo y si tu vas y haces algo malo en Bolivia a mí es el que van a joder, por eso tengo que cumplir a cabalidad con mis funciones, pero usted tranquilícese amigo colombiano” ¡Qué ejemplo de policía!

Mientras mi incredulidad por la situación iba in crescendo y el susto igual, este modelo a seguir para la marcialidad del mundo se volvió a quitar su arma, esta vez para golpearme ‘amistosamente’ uno de mis bolsillos y decirme “tú dirás amigo”.

Pasaporte

Una pequeña suma migratoria

Mi “dirás amigo” fue finalmente como de 9 dólares y 5 mil pesos colombianos, billete que él creyó, era una fortuna. Sí así como lo lee, alrededor de 12 dólares me sirvieron para poder atravesar la frontera. Cifra que desde el punto en que se mire puede ser muy cara o muy barata.

Con mi tránsito migratorio comprado, salimos nuevamente a la zona en donde se sellan los pasaportes, zona que en ese momento estaba agolpada de gente en la puerta que intentaba saber que era lo que pasaba con el colombiano.

Mientras me apuraba en salir, pude escuchar a muchos europeos que iban haciendo este mismo camino y que se habían dado cuenta de la situación preguntar ante mi tez pálida y asustada “Are you ok man?” Solo les sonreí y asentí.

Que pude armar un alboroto y denunciar al agente de migración, lo sé, pero también sé que la policía en este punto y en cualquiera, solo están para joder y pasar por encima de la gente, además estaba en una frontera terrestre, esos lugares que no son tierra de nadie y de todos, claro, cuando la foto política lo necesita.

Esta Iglesia da la bienvenida a territorio boliviano

Esta Iglesia da la bienvenida a territorio boliviano

Con la sensación de persecución en los hombros, me encontré nuevamente con mis amigas ecuatorianas, ellas sí habían podido pasar minutos antes sin problemas.

Con los nervios aún activados caminé hasta el puesto de control fronterizo en Bolivia, en donde solo esperaba que si me metían a un cuarto nuevamente, por lo menos la señal del televisor no hiciera SHHHHHHHHHHHHHHHHHHH.

Un cálido “bienvenido amigo colombiano” me dio la tranquilidad para ahora sí cumplir mi segundo sueño viajero, el Lago Titicaca que había visto a través de los cristales del bus y ahora iba a poder tenerlo de frente.

La primera foto luego del susto, obvio que había que sonreír

La primera foto luego del susto, obvio que había que sonreír, además ya tenía el Titicaca a mis espaldas.

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Imagen  —  Publicado: 4 junio, 2013 en Crónicas De’Mochila
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A Cusco se le es infiel desde que se llega, la mayoría de los viajeros que arriban por primera vez a la Capital Histórica del Perú piensan, palpitan y preguntan por otro destino, Machu Picchu. Afortunadamente, esta ciudad siempre nos da una segunda oportunidad para volver y quedar amándola por siempre.

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Ya lo sé, es muy romanticón pero es inevitable no albergar este sentimiento por una de las ciudades más multiculturales e históricas en las que haya estado, cuna de una de las culturas e imperios más importantes del mundo, además de ser uno de los epicentros desde donde se orquestó el exterminio, no solo de ese mismo Imperio Inca, sino de la mayoría de los pueblos indígenas de América Latina.

De este legado histórico da cuenta cada rincón de la ciudad, en el que ese pasado incaico y colonial ha dejado huellas profundas tanto en las construcciones como en las prácticas sociales del día a día.

A Cusco o ‘Qosco’ como se le conocía en quechua, llegué luego de atravesar los Andes y la mitad del país peruano en un viaje de 22 horas desde Lima. Aunque pueda sonar a una eternidad, cada etapa del paisaje es especial; desde los primeros kilómetros al lado del mar, pasando por las increíbles dunas del desierto, en el que en ese momento transcurría el Rally Dakar, para finalmente ascender al altiplano andino, lo cual hace que el viaje ni se sienta, aunque eso sí, el 70% de mi bus lo sintió y se mareó…

Primero una vuelta por la plaza de armas
Los 3.400 metros sobre el nivel del mar cumplen su función y el ‘soroche’ o mal de altura noquea a más de uno a la llegada. Afortunadamente, el narrador de esta historia vive en Bogotá, una ciudad de “altura”.

Una de las catedrales de la plaza de armas

Una de las catedrales de la plaza de armas

Sin mareo, dolor de cabeza o vómito, todos síntomas típicos del soroche, empecé mí recorrido por la Plaza de Armas, la cual, tiene una característica especial: ser la única en el mundo con dos Catedrales en frente de su plaza principal. ¿La causa? obviamente tiene que ver con los españoles, quienes decidieron construir estas dos Iglesias para reemplazar dos de los centros de reunión y culto más importante para los Incas.

Precisamente, esto propició la desaparición sistemática de cualquier vestigio indígena en las construcciones de la ciudad, razón por la que la arquitectura es netamente colonial y religiosa. Claro está, con el tiempo y el aumento de turistas, la ciudad construyó diversos monumentos que recuerdan ese pasado incaico.

Luego de caminar alrededor de una hora tanto por la plaza, y de testear los precios de todo en los restaurantes y agencias de viajes que rodean este sitio, busqué el Hostel Pirwua, uno de los hospedajes que había visto por Internet y que John, uno de mis amigos en Bogotá me había recomendado.

Pirwua

“Solo me queda una habitación con 13 camas”
Pues que se le iba hacer, tendría que compartir un cuarto con 12 desconocidos, eso sí, lo único que pregunté antes de entregar los 8 dólares del hospedaje, era si teníamos agua caliente, la caminata por la plaza de armas me había demostrado que si la altura no me afectaba, el frío que se incrementa durante enero, sí me estaba calando hondo y para eso nada mejor que reponerse con una buena ducha de agua hirviendo.

Para los que se preguntan por la cama y la habitación, tengo que decir que allí he pasado unas de las noches más tranquilas y profundas de mi vida. Aparte de tener un colchón muy aceptable, las cobijas son lo suficientemente gruesas para protegerlo a uno de las madrugadas cusqueñas; además, todo lo que uno camina, sumado al frío y altura ayudan a que el sueño llegue de forma certera.

Por otro lado, el Pirwua no solo tiene cuartos inmensos llenos de camas, también cuenta con una zona común en la que se puede, desde jugar billar o ping pong, hasta arruncharse a ver una película en un cuarto con buenos sofás o simplemente tomarse unas cervezas, disfrutar una pizza o ver una película en el bar que ha sido dispuesto por el hostel.

Un bar mundial

Un bar mundial

Cabe aclarar que no me han pagado nada por la publicidad, simplemente es un lugar que sabe ser acogedor y cálido con los viajeros, con decirles que cada día tienen una temática especial, desde clases de salsa hasta un tour gratuito por la ciudad.

Un matecito de coca
Como lo dije hace un rato, el mal de altura puede llegar a pasar una factura carísima y allí en la habitación de los 12 desconocidos tuve que presenciar la desventura de algunos que tuvieron que pasar sus primeros días en Cusco a punta de mate de coca para volver a conectar la mente y el cuerpo con este mundo.

Aunque en Colombia la tengamos satanizada y hasta la hayamos llamado ‘la mata que mata’ en una masiva propaganda de Estado, la coca es un alimento milenario que no solo ayuda a curar un montón de sintomatologías sino que acá en este punto del mundo es el mejor aliado contra el frío y la altura. Ya sea masticada o en infusión, el cuerpo lo agradecerá.

Así pues, luego de un matecito de coca que el hostel siempre tiene para el servicio de los huéspedes, me fui a buscar cómo llegar hasta la ciudad perdida de los Incas, historia de la que hablo en ‘Un camino a Machu Picchu’.

Una rumba y una cervezas por Machu Picchu
Luego de dos días en la montaña sagrada de los Incas, por fin volvía a Cuzco para caminarla y comprobar eso de que Cuzco tiene una de las cinco mejores rumbas de Latinoamérica, según lo había visto en uno de esos canales de viajes que hacen los tops más ridículos descabellados que uno se pueda imaginar.

Después de descansar un rato y comprobar que las cosas que había dejado hacía dos días en el hostel estaban enteritas, me encontré nuevamente con Eli, Sofi y Helen, mis compañeras ecuatorianas de viaje que andaban en otro hospedaje, eso si no tan chévere como el mío jajajaja .

Un buen plan, caminar por la Plaza de Armas en la noche

Un buen plan, caminar por la Plaza de Armas en la noche

Luego de deambular como almas en pena por más de una hora buscando la dichosa rumba cusqueña por fin la encontramos, camuflada en la parte superior de la Plaza de Armas, lugar en el que a eso de las 10 se despierta la noche.

Si bien es cierto que pueden llegar a existir bares, boliches o antros con mucha mejor presencia, la rumba de El Cusco es buena…muuuuy buena. El hecho de encontrarse en un mismo lugar con gente y música de distintos lugares del mundo, hacen que valga la pena volver algún día a descuadernarse un rato a base de cusqueñas . El top ridículo del canal de viajes aquél se cumplía.

Cerveza Cusqueña

Las Cusqueñas que sirven para descuadernarse

La ciudad que nos faltaba
Como les había dicho, el hostel ofrecía un servicio de tour guiado por la ciudad, así que tocaba aprovecharlo en nuestro último día en Cusco, no importaba el guayabo y las gafas oscuras que nos delataban.

Una de las características especiales de esta caminata es que no solo se visitan esos lugares históricos; como museos, iglesias y calles reales, sino que también se conoce una parte de esa ciudad que no sale en las postales. 

La chicheria, la cara de felicidad era porque no habíamos tomado chicha

Mientras esperábamos por la Frutillada 

Uno de esos planes que no aparecen ni por error en las guías de las agencias de viajes es el de visitar una chichería, ese lugar de encuentro y festividad para la gente del común, en el que como su nombre lo dice aún se toma chicha o como la llaman aquí “frutillada”. Que sea rica o fea acá no importa, no mentiras sí importa, a mí no me gustó y creo que cuando vuelva a Cusco, volveré a la chichería pero no por Chicha. 

Más allá de contarles el recorrido, solo puedo invitarlos a ver la galería y ojalá antojarlos para pegarse el viaje hasta acá, en el que no deben dejar de visitar: la Plaza de Armas, el mercado central, las ruinas alrededor de la ciudad, la Picantería PetroPerú y pedirse un costillar, pasarse por la feria artesanal y caminar por el Barrio de San Blas e ingresar al particular museo y galería del artista peruanoHernando Mendivil, de quien hablo en ‘el artista de los cuellos largos’

Con este recorrido y esta foto que me costó un solecito por salir con la llamita, me despedí de Cusco o la ciudad que bien podría ser la capital histórica de Suramérica rumbo hacia esa otra meta de mi viaje, el Lago Titicaca.

Una fotico por un solecito...

«Una fotico por un solecito»…

Por si se anima

–          Para quedarse, por su puesto en el Pirwua.

–          Para comer, aunque en la plaza de armas hay un sinfín de restaurantes de comida típica, puede encontrar comida igual o más rica en la picantería PetroPerú y en el mercado central.

–          Si va desde Lima, cómprese unas pastas anti soroche, según me contaron son efectivas.

–          También si va desde Lima por tierra mejor viajar en la compañía Cruz del Sur, es un poco más caro pero el viaje ni se siente, a no ser que sea de los que se marean con facilidad.

–          Mejor un mate de coca que un café, el café no sabe a café acá

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Imagen  —  Publicado: 2 May, 2013 en Crónicas De’Mochila
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