Salar de Uyuni, la tierra prometida del viajero

Publicado: 13 marzo, 2014 en Crónicas De’Mochila
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No es fácil escribir acerca de un lugar en el que se estuvo hace más de un año, pero si no escribo acerca de Uyuni y su Salar simplemente sería un envidioso y de los grandes, todos deberían saber de este lugar y llegar hasta allí para tener su propia sobredosis de naturaleza. Con el perdón de los muy religiosos, es como la tierra prometida de los viajeros.

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Y es que no es difícil obsesionarse con el Salar de Uyuni; después de verlo en fotos y documentales, la cabeza dice que no es cierto que exista un lugar así, y es por eso que esa profundidad blanca que había visto a través de otros ojos, era la meta más grande de mi viaje en solitario por Suramérica.

Luego de descender por la ruta de la muerte, tomamos camino hacia Uyuni, el pueblo vecino al Salar que lleva su nombre.

Viajando hasta Oruro
Hay varias formas de llegar hasta Uyuni, junto a mis compañeras ecuatorianas de aventura, elegimos la mejor de todas, el tren.

Los viajes en este medio de transporte salen solo en ciertos días, por lo que hay que programarse para comprar los tiquetes en la Empresa Ferroviaria Andina en La Paz y salir con suficiente anticipación a Oruro, la ciudad boliviana famosa por sus carnavales.

Trenes de Bolivia

Nuestro tren de camino a UYuni

El trayecto de La Paz hasta Oruro podría fácilmente demorarse unas tres horas, pero lo informal del transporte y las condiciones de las carreteras, hacen que se pueda demorar un par de horas más, es por esto que si no quiere estresarse como nos paso a nosotros, tómelo con suficiente anticipación y ‘disfrute’ de un viaje extrasensorial…

Ya en Oruro y por fin en la estación de trenes -un lugar de esos anclados en el tiempo pero con el futuro siempre marcado en la mirada de los viajeros- abordamos el vagón que nos llevaría hasta esa profundidad blanca.

Un trayecto entre nubes y aridez
Tengo que decir que jamás había hecho un viaje en tren, en Colombia hace mucho que se abandonó la costumbre y el Estado hace rato que abandonó las vías, por eso, esta nueva experiencia era todo un disfrute.

Si se imagina un tren de esos que van a cientos de kilómetros por hora, pues este no lo era, a lo mucho, calculaba que iría a 40 o 50 kilómetros por mucho, eso montado en un tren da la sensación de ser muy lento.

En el tren

Uno de los paisajes que aparecen durante el camino

Pero con unos pocos minutos de trayecto, una inmensa gama de paisajes se empezaron a suceder uno a otro. Mientras que a un lado del tren la aridez lo abarcaba todo, por el otro, montañas nevadas y un verde profundo contrastaban el paisaje.

En este viaje tal vez se resume lo que es Suramérica, «un pueblo sin piernas pero que camina» como diría Calle 13.

Y es que a la exuberante belleza del paisaje se suman poblaciones y pobladores rodeados de esa inmensa pobreza  a la que los gobernantes le voltean tanto la cara.

Parque de Flamencos

Parque de los Flamencos

A lo que nunca pude voltearle la cara fue a un inmenso lago lleno de flamencos, el poder presenciar el baile de estas aves así como sus juegos de vuelo, deberían hacer que el tren vaya a 10 kilómetros por hora.  

Mirando este lago y los sucesivos nevados que siguieron en el paisaje llegó el atardecer y ahí ya no supe a dónde mirar, por un lado la magia del sol encendiendo en el desierto y por el otro, una luna gigante que emergía de los nevados.

Un recorrido que en  manos de escritores como Juan Gabriel Vásquez o Evelio Rosero alcanzaría unos 10 Nobel de literatura.Una promesa de realizar de nuevo este trayecto algún día.

Uno de los paisajes que ofrece el tren

Una de las gamas de paisaje

Uyuni
Con la llegada de la noche y luego de más o menos 8 horas, llegamos a Uyuni, uno de esos pueblos resguardados del paso del tiempo con lo estrictamente necesario y hecho en función de los mochileros que llegan buscando su tierra prometida.

Ese sueño de miles de viajeros alrededor del mundo mueve la economía del lugar; hospedajes, restaurantes y agencias de turismo pululan por las calles, todos con la misma oferta para dormir, comer y visitar el Salar.

Y visitar el salar era lo que queríamos, por eso tomamos el plan de un día con una de las agencias del lugar, por algo más de 50 dólares, «incluye almuerzo amiguitos». Aquí todo cuesta lo mismo, un par de dólares más o menos, no hace la diferencia.

«El Salar te puede coser el cerebro»
Luego de completar el grupo de 8 personas necesario para arrancar, empezamos nuestro recorrido en una Toyota equipada para afrontar el duro camino que había dejado por esos días el invierno del altiplano.

Tengo que decir que el grupo era de lo más colorido y variado, empezando por nuestro guía, un amable y dicharachero boliviano; pasando por una pareja de koreanos con los que luego iría hasta Argentina; siguiendo por otra pareja, está de un peruano y una koreana, así de ciego es el amor; y terminando con nosotros, tres ecuatorianas y un colombiano que se hicieron amigos por allá en Machu Pucchu. Una mini Torre de Babel.

El primer atractivo del recorrido es un ¡Cementerio de Trenes! vaya nombre para un par de vagones comidos por el óxido.

Cementerio de trenes...

Cementerio de trenes…

Luego de las fotos de rigor y de la lluvia que llegó, salimos corriendo en la búsqueda del blanco ese que íbamos buscando.

Aunque el clima nos estaba jugando una mala pasada, fue entrar al territorio del Salar para que las nubes se disiparán y todo mudara de color, así como esa vez en el Titicaca, en el que el sol le da otro color a la naturaleza.

El salar

El salar

Con los ojos queriéndose salir y las palabras atragantadas en la garganta por fin habíamos llegamos, por fin lo teníamos en frente, por fin…

Luego de las primeras fotos y de las explicaciones de nuestro guía, nos adentramos más y más en el Salar hasta llegar a uno de los hoteles más famosos del mundo, el único hecho a base de sal. 

Allí decidí alejarme del grupo que miraba y le tomaba fotos al hotel y caminar un rato, caminata que me llevaría a lo más profundo de mi cabeza.

Tal vez extasiado por el paisaje, tal vez porque sentí una paz que no había sentido, tal vez por la curiosidad de saber a dónde acababa ese blanco seguí caminando y así hubiese podido seguir sí el rugido de un motor no me saca de ese sueño que estaba teniendo mientras caminaba.

Caminar el salar

No sé cuánto caminé pero el caso es que nuestro guía, experto escuchando historias de gente que se pierde alucinada por el Salar, decidió darme alcance.

– «¿Amiguito estás bien?»
– Sí señor ¿por?
«Acá hay mucha gente que arranca a caminar como tú y se le cuece el cerebro, el Salar los puede enloquecer».
– …

Luego de esta advertencia decidí quedarme junto al grupo, aunque pensándolo ahora, no debe ser tan malo perderse en ese lugar, perdón lo hippie, pero en el Salar se alcanza un Estado tal de comunión con la naturaleza difícil de quitarse de encima.

Lo que sigue son fotos y más fotos, y es que es difícil no obturar , además estas camaritas de ahora tienen un buen rollo.

Parche viajero

Parche viajero

De ese momento me llevo está postal del grupo, uno de los momentos en que he sido más feliz en la vida.

Otra promesa de volver, esta vez, para quedarme más días al interior del Salar.

Una despedida
Al volver a Ujuny y ya acabada la tarde, tuve que despedirme de mis compañeras de viaje, esas con las que compartí casi la mitad de mi ruta por Suramérica.

Con ellas también una promesa, de volvernos a encontrar y aunque ha pasado más de un año sin que lo hayamos hecho sé que un día lo haremos, aún tengo la manilla…

DSC01507

Las parceras

Ahora emprendía mi tétrico viaje desde Uyuní hasta Villazón, frontera con Argentina, tema del siguiente post.

Para tener en cuenta
– En Ujuny es fácil encontrar hospedaje, sólo hay que poner en la balanza un par de opciones, no hay mucha variedad.
– Nunca se enfermen en este lugar, una visita al hospital es digna de una historia de Stephen King, también historia de otro post.
– Aunque la llama es sagrada, en este lugar la preparan de forma exquisita.
– El salar de Ujuny tiene dos épocas en el año, una totalmente mojada como me tocó a mí en los primeros meses del año y una seca a mitad de año, vale la pena conocer las dos caras.

Otras historias de este viaje

Viajar solo por Suramérica
Un camino a Machu Picchu
Hilario Mendivil, el artista de los cuellos largos
Cusco, la capital histórica de Suramérica
Susto y extorsión en la frontera
El Titicaca en dos Colores
Descender por la ruta de la muerte

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